viernes, 26 de diciembre de 2008

Caminante, son tus huellas

Caminante, son tus huellas el camino y nada más...
La vida nos impone cada día tomar decisiones que comprometen nuestra existencia, que marcan un rumbo a nuestra fisonomía personal y social.
Y, sin embargo, muchos pasos se realizan en medio de la confusión, de la duda, de la inquietud.
A veces nos encontramos perdidos en el bosque de la vida social, ante los caminos que se entrecruzan y se pierden ante nuestros ojos, entre las tinieblas del futuro.
Cada uno escoge su camino, y observa a unos y a otros que también hacen sus elecciones y van por distintos senderos, felices o tristes, seguros o dudosos, pero caminan.
Hay unos versos de Machado que dicen así:
Yo voy soñando caminos de la tarde; las colinasdoradas, los verdes pinos,las polvorientas encinas.
¿A dónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,a lo largo del sendero:
la tarde cayendo está.
“¿A dónde el camino irá?”
Sin tener siempre respuesta a la pregunta, vemos a nuestros pies que se colocan uno delante del otro.
Quizá lo importante es caminar, cada uno según lo que piense mejor.
Si éste cree que es bueno el camino de la honradez y del sacrificio, habrá que dejarle en paz.
Si el otro “vive feliz” gastando todo su dinero en emborracharse y en apostar con los amigos, mientras en su casa su esposa tiene que trabajar y sacrificarse para sacar adelante a sus hijos, ¿también será dejado tranquilo?...
Todos caminan, y yo también.
Aquí nace la pregunta:
¿serán todos los caminos igualmente lícitos y permitibles en la vida social?
¿Lo único que importa es escoger un camino, y no hay ninguna señal que nos diga que algunos son buenos, otros regulares y otros terminan en la bancarrota personal y social?
En nuestras autopistas y carreteras vemos miles de indicaciones:
de peligro, de prohibición, informativas, o simples anuncios de ciudades o pueblos cercanos. En el bosque de las opciones humanas, ¿hay que poner señales?
¿O lo único que importa es que cada quien escoja libremente?
Es difícil, aunque no imposible, encontrar a alguien que piense que hay que respetar cualquier decisión de los demás sin imponerle ni la más mínima norma o freno.
Los riesgos de tal postura, sin embargo, superan las potencialidades imaginativas de la maldad humana.
Cuando alguien se me acerque para robarme o para dejarme como recuerdo un cuchillo en el intestino, no podría decirle nada si es que quiero ser coherente con el principio “hay que respetar cualquier opción”.
Sólo que en esos momentos el instinto de conservación me llevará a actuar de manera que los proyectos del prójimo (al menos en lo que respecta a mis preciosos intestinos) no se realicen...
Es obvio, entonces, que hay caminos permitidos y caminos prohibidos.
El problema surge cuando nos preguntamos: ¿según qué norma podemos distinguir unos de otros?
¿Hay alguien que pueda exigir el cumplimiento de esas normas?
De no encontrar las respuestas a esos interrogantes, corremos el riesgo de quedar sometidos al capricho de los demás, o de vivir nosotros mismos en una fluctuación continua que, tarde o temprano, nos dañará a nosotros y a los seres que queremos.
También Machado decía:
“Caminante, son tus huellas el camino y nada más”.
Ahora lo estamos trazando, pero luego quedará con ese nombre imborrable que se llama historia.
Otros, detrás, respirarán el polvo que dejemos, y disfrutarán (o sufrirán) las consecuencias de nuestras opciones.
La pregunta por el sentido del camino, por el sentido de la vida, se nos impone entonces como un deber de solidaridad, de respeto al otro.
Él se merece nuestra respuesta madura y honesta.
Nosotros se la queremos dar, en el mundo de hoy.
Así lo dejaremos, más hermoso y más noble, a nuestros hijos y nietos.
Y ellos nos lo agradecerán, porque, a la hora de escoger su propio camino, sabrán descubrir las señales de verdades que les dejamos sus mayores.

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