Un Dios que no abandona
Hay dolores tan vivos que queman,
tan hondos que inundan,
tan arrasadores que destruyen
y tan violentos que dominan.
Mi río, tan alegre, esta llorando.
Mi lámpara, tan tibia, esta opaca.
Mi rosa, tan fragante, esta mustia.
Mi montaña, tan alta, esta escondido.
Mi cántaro, vacío.
¡Y mis cuerdas, rotas!
Yo tengo una espina por dentro,
un quejido sordo,
una herida abierta,
un dolor que me aplasta
y me consume.
Pero mas allá, en lo mas hondo de mi raíz,
en la médula de los huesos,
disuelta en la sangre que me circula…
tengo fe en un Dios que no abandona.
Zenaida Bacardí de Argamasilla
Hay dolores tan vivos que queman,
tan hondos que inundan,
tan arrasadores que destruyen
y tan violentos que dominan.
Mi río, tan alegre, esta llorando.
Mi lámpara, tan tibia, esta opaca.
Mi rosa, tan fragante, esta mustia.
Mi montaña, tan alta, esta escondido.
Mi cántaro, vacío.
¡Y mis cuerdas, rotas!
Yo tengo una espina por dentro,
un quejido sordo,
una herida abierta,
un dolor que me aplasta
y me consume.
Pero mas allá, en lo mas hondo de mi raíz,
en la médula de los huesos,
disuelta en la sangre que me circula…
tengo fe en un Dios que no abandona.
Zenaida Bacardí de Argamasilla
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